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Ruta de Parques Nacionales desde Puerto Montt al Cabo de Hornos: El fin del principio- Nicolás Ibáñez

Nicolás Ibáñez: “…el gobierno entrante y el nuevo Congreso, con la sociedad civil, tienen la responsabilidad de impulsar las condiciones que permitan que la belleza del sur de Chile se transforme en una ventaja comparativa como la que han sabido desarrollar la salmonicultura, la vitivinicultura…”.

Hoy se firma en La Moneda una serie de decretos en el ámbito del Medio Ambiente, entre los cuales se crea el Parque Pumalín “Douglas Tompkins”, un gran paso impulsado por la audaz propuesta de la organización benéfica conservacionista Tompkins Conservation, caracterizado por el liderazgo del matrimonio compuesto por Douglas y Kristine Tompkins. Gracias a su convicción y perseverancia, el Estado de Chile se ha allanado a ampliar la superficie de áreas protegidas en el sur de nuestro país, esbozando la primera etapa de lo que será conocido como “la Ruta de Parques Nacionales de la Patagonia Chilena”. El Gobierno, además, ha impulsado la creación de áreas marinas protegidas.

En relación con los parques terrestres, cabe hacerse al menos dos preguntas. La primera, acerca del valor real que tienen en la prosperidad y calidad de vida de los chilenos, y la segunda, acerca de los desafíos que implica administrar activos tan valiosos y extraordinarios.

Es dable pensar que la naturaleza prístina y exuberante que caracteriza a la Patagonia chilena es un lindo accesorio que tiene Chile, que en el mejor de los casos, sirve para nutrir el espíritu de unos cuantos privilegiados que tienen la cultura para apreciarla y el tiempo y los recursos para trasladarse a estos lugares remotos. El impacto real en términos de prosperidad y calidad de vida para la mayoría de los chilenos sería dudoso. El beneficio de esta externalidad positiva sería capturado solo por unos pocos, mientras la gran mayoría queda al margen.

Pues bien, la realidad es que los parques nacionales -en aquellos países que los han considerado como recursos estratégicos para el desarrollo sostenible, para posicionar al país en el concierto de las naciones civilizadas como para fomentar el turismo y una vigorosa industria de servicios asociados- han servido tanto como un motor para el desarrollo económico, social y cultural de las comunidades vinculadas como para definir el carácter de la nación.

Los ejemplos abundan. Yellowstone y Yosemite en los Estados Unidos, de los primeros parques en establecerse formalmente en el mundo, han hecho aportes decisivos al progreso de los estados donde están enclavados. El Parque Nacional Torres del Paine le ha dado vida a la Región de Magallanes. Puerto Natales se ha transformado en una ciudad vibrante con un promisorio futuro, gracias a su cercanía a las Torres. Este parque se ha convertido en una carta de presentación invaluable para el país, moderno, sostenible e inspirador.

Por lo tanto, que Chile estimule la creación de toda una ruta de parques no solo es algo que cultural y geopolíticamente pareciera ser apropiado, sino que también implica aprovechar recursos que el país posee y que de administrarse bien tendrían un impacto decisivo en las oportunidades que podrían aprovechar las comunidades existentes, o las que se formarán en el futuro.

La segunda pregunta nos abre una interrogante difícil, por cuanto aún falta crear una institucionalidad de colaboración público-privada, en que el Estado y la sociedad civil trabajen asociativamente en el cuidado de estos activos. ¿Estaremos a la altura de administrar ejemplarmente uno de los recursos más valiosos sobre la tierra en que vivimos, para el beneficio de todo Chile y de los millones de visitantes que llegarán en el futuro próximo?

El gobierno saliente nos deja una gran tarea por delante. El gobierno entrante y el nuevo Congreso, con la ayuda de la sociedad civil, tienen la honrosa responsabilidad de impulsar las condiciones que permitan que la belleza que caracteriza al sur de Chile se transforme en un activo estratégico, una ventaja comparativa como la que han sabido desarrollar la salmonicultura, la industria forestal, la fruticultura, la industria láctea o la vitivinicultura, sin la cual es inconcebible pensar en un país desarrollado ni sentirse orgulloso de ser chilenos. Es una tarea que convoca a la nación entera y que va más allá de los impulsos de un gobierno en particular. Lo de hoy marca el fin del principio.


Nicolás Ibáñez S.
Presidente del Directorio
Fundación Alerce 3000

Fuente: El Mercurio

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